lunes, 2 de mayo de 2011

Llanto de sangre

Dio un salto para esconderse de la luz brillante de una farola . Con sólo que se hubiera dado la vuelta en ese momento, la habría visto. Y no debía hacerlo.

“Sofía” significa sabiduría en el griego clásico. Estaba harta de oírlo desde que era una cría. Pero ¿el nombre afecta la persona? Tan sabia no podía ser, si ese cerdo la estaba engañando con otra. ¿Quién podía ser? Seguro que una niña pija, de las de los rizos monos, la mirada cándida y las pestañas-abanico. Al muy cabrón siempre le habían dado morbo esa clase de lolitas. Sofía no era una de esas tontas que lloran por nada, pero tenía corazón. Y nadie iba a pisotearlo.

Le siguió hasta un parque. Colocada a una distancia prudente, sólo distinguía su silueta. Hasta que se convirtieron en dos. ¿Aquella era? Sí, por los movimientos, sin duda. Se sentaron en un banco. Tocaba esperar.

Oh, qué lindos. Agarraditos de la mano, abrazaditos, haciéndose arrumacos. Puag. Le llega a echar la baba de esa manera a ella y se habría reído en sus narices, si no alguna cosa peor. Qué asco…

Terminado el espectáculo, vio que se separaban. Se le dibujó una sonrisa. Maligna. Calculadora. Perfecto.

Sofía llevaba su uniforme de guerra, iba vestida para la ocasión. Sus botas, enormes para sus pies, y bastante pesadas, que sin saber por qué aquella noche no hacían ruido. Su gabardina de cuero, ajustada, negra, que se abría un poco por debajo y ondeaba al caminar. Formaban una magnífica escena digna de la mejor película: la muchacha ingenua, ignorante, perseguida sin saberlo. Y ella detrás, con pasos firmes pero sigilosos.

¿Un callejón? Aquella chica era tonta, pero tonta hasta el extremo. Le estaba sirviendo la oportunidad en bandeja… Aunque era un pelín “típico-tópico” para su gusto. En fin.

Suavemente, como con una caricia, se sacó la Kalashnikov. Suspiró. Vieja amiga… Con cuidado de no ser descubierta, apuntó. En ese momento, la chica se dio la vuelta, y Sofía apretó el gatillo.

Montones de diminutos cristales salieron disparados, y Sofía aulló de dolor cuando la mayoría se incrustaron en sus ojos. Estaba ciega. Pero en la fracción de segundo anterior, le había visto la cara. La misma cara menuda, los mismos ojos abiertos por la sorpresa, los mismos labios carnosos. Los mismos rizos negros. Y el ondear de una gabardina.

Ahora que estaba ciega por fin podía ver con claridad.

Ploc. Ploc. Ploc. Auténticas lágrimas de sangre caían a sus pies. A tientas, se llevó la mano al bolsillo, y de él sacó una foto. Dos figuras sonrientes. Una le pasaba el brazo por encima del hombro a la otra.

El mechero hizo “click” al encenderse. La sujetó hasta que se le quemaron los dedos y la dejó caer.

Bum. La puerta da contra la pared al abrirse de repente. Sofía coge aire de golpe al despertarse bruscamente. Las chicas… su peculiar despertador.

No sabe qué va a hacer hoy… pero sí lo que no quiere hacer nunca.


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