martes, 3 de mayo de 2011

Frío


    Labios sabrosos. Un olor incitante... La bruma del alcohol le impide dudar mucho más. Esta noche, sí. Esta noche ella se divertirá… Se abraza con un ansia poco común. Él parece igual de hambriento. Con eso bastará.

   A sus espaldas, alguien intenta amortiguar el ruido de su corazón partiéndose en pedazos. El dolor llega al cerebro, y por un momento se le nubla la vista. Busca donde sentarse, lo hace. Respira hondo. Le sigue doliendo. No quiere hacerlo, pero inevitablemente alza la vista y la dirige hacia… Por primera vez en siglos, siente una lágrima abriéndose paso.

    “¿Por qué?”, se pregunta ella. “¿Por qué lo estoy haciendo?”, piensa mientras su boca sigue devorando. El rojo brillante que bebe gota a gota es suficiente para enloquecerla. Pero su sabor dulzón, en realidad, empieza a darle náuseas.

    Cómo es posible, se lleva él las manos a la cabeza. Cómo es posible que duela tanto. Es una espiral de fuego que le horada sin piedad. No puede ser cierto.

   Empieza a darle calor. ¡Calor! Ella odia el calor. Odia hasta el hervir de su propia sangre. Recuerda una caricia congeladora… Se está poniendo enferma. Tan sólo es un trozo de carne. Debió haber sabido que no era suficiente.

   Si tuviera aliento, empezaría a faltarle. No es un dolor cualquiera. Es infinito, inmemorial… Eterno. La ve apartarse, como con asco, con la boca aún rebosante. Pero no le duele menos.

    Se precipita en el baño. Escupe. El sabor  afrutado empieza a quemarle la lengua. ¿En qué demonios estaba pensando? No, no en un demonio. En un ángel… Un
ángel de hielo. Cae acurrucada en el suelo mientras le echa de menos.

    ¿Por qué? Había olvidado lo que eran los sentimientos. Lleva demasiado tiempo sin experimentarlos. Es ella la del rubor en las mejillas, la del brillo en los ojos, la de la respiración acompasada. La del latir en el corazón. La débil humana. Pero es él el que siente el dolor insoportable mientras ella se pasea tan campante.

    Se levanta, algo débil. Ese azucarado ha cogido más de lo que debía. Maldición. Tal vez no le queden fuerzas para… Frío. Piensa en el frío. Se repone casi al instante, y echa a andar.

    Una vez casi la prueba. Ella parecía esperarle a él, anhelante. El latir de su corazón le atronaba los oídos. Pero sintió curiosidad. Se acercó poco a poco. Ella no se movía, quizá temiendo echarle atrás. El calor que desprendía su cuerpo le sofocaba, pero se acercó un poco más. Alargó la mano y la dejó caer, en una caricia lenta y tentativa que descubrió todos los rincones de su cuerpo. Ella, como cualquier humano, suspiró. Pero lejos de airarle, como otras veces, le gustó su aliento. Se dejó impregnar cada poro con aquel olor asombrosamente bueno. Había disfrutado, y por ello la dejó con vida.

    Habían sido meses persiguiéndole, llorosa, desesperada. Quería revivir aquella experiencia. Lo necesitaba. El ángel de hielo era lo único que ocupaba su mente desde entonces, y sus movimientos suaves y elegantes lo único que veía. Él supo enseguida lo que intentaba, pero permaneció indiferente; no la veía, no existía para él. Después de un tiempo, probablemente harto de su constante presencia, le dirigió una mirada. No hizo falta más. Ella lo comprendió todo. En aquel instante, murió. Seguías respirando, pero estaba muerta. Hacían una extraña pareja… El vivo en la muerte, y la muerta en vida.

    Basta. Esto no es lógico. ¿Qué debe hacer para que pare? Sea lo que sea, lo hará. ¡No puede seguir doliéndole! Se levanta, y medio enajenado empieza a buscar. Fluye entre la gente tan ágil como siempre, pero un rumor de angustia le susurra al oído.

    Allí está. ¡Oh, allí está! El ángel de hielo. Sus ojos tienen un brillo metálico. ¿Brillar, los ojos del ángel? Si siempre han sido de una perfecta bruma gris… Sabe lo que tiene que hacer. Con una uña, marca una línea en su cuello. Brota.

    El rugido del ángel produce un eco de milenios.

    Mientras beben y beben en una orgía de sensaciones sin nombre, ella murmura una nana, él se deja ahogar por el mar de sus ojos, en un remanso de paz. Y ella… bueno, qué decir de ella…

    Frío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario